lunes, 29 de octubre de 2007

Piiiiii...


ELMER BARRANTES es un taxista sui generis. Su vehículo está impecable, igual que su camisa planchada, y se siente extrañado porque antes de negociar la tarifa la pregunto si va para el centro. "Yo voy a todos lados, menos tal vez a los barracones del Callao", dice luego de pactar por nueve soles. Ahora que lo pienso, debe ser nuevo. Tan pudoroso es el señor Barrantes que pese a tener radio no lo prende y no se ven diarios chicha sobre el asiento del copiloto. Pero el detalle más significativo es el sticker que tiene pegado en la puerta de la guantera.
"NO FUME. Cuide su salud y de su familia y viva feliz y contento ¡---!"
Sobre la última palabra, el señor Barrantes, taxista sui géneris y censor de vocación, ha pegado un pedazo de gutapercha.
¿A alguién se le ocurre que puede decir allí abajo?

domingo, 21 de octubre de 2007

El día sin carro

ME HE VUELTO FÁNATICO de la estadística. Sugiero que se haga censo una vez cada quince días, como mínimo.
Ver las calles así a medio día es un placer que vale la pena disfrutar más seguido.

jueves, 18 de octubre de 2007

Residuos celulares



LA SEMANA PASADA perdí mi celular. Otra vez se me quedó en un taxi. Debe ser el quinto que se me pierde en circunstancias parecidas, aunque la verdad creo que he perdido la cuenta. Seguramente son más. En mi casa creen que estoy enfermo. Yo no lo creo, pero a estas alturas ya no estoy de humor para descartar nada.


Parece evidente que no he nacido para cargar tamaña responsabilidad en mis bolsillos. Lo irónico del asunto es que las condiciones de mi trabajo me obligan no a cargar uno, sino dos teléfonos a la vez: el rpm sin salida abierta y el personal que me permite comunicarme con el resto del universo. Doble responsabilidad para un tremendo irresponsable como yo. tarde o temprano un taxista o un pasajero suertudo se gana con mi teléfono. Y como consecuencia de tantas perdidas y reposiciones sucesivas, me he llenado en el último año de basura celular: cajas, cargadores, manuales, cables diversos y accesorios de lo más diversos, que en la mayoría de casos ya no me sirven para nada. ¿Cuánto podrán darme en Las Malvinas por este lote?



(este es el único sobreviviente. Resultó ser a prueba de robos y pérdidas, pero tuvo que jubilarse porque no era a prueba de golpes)

He decidido volver a usar canguro, como en mis tiempos de universitario. Sé que es poco fashion andar por la vida como un cambista, pero la única manera de que no se pierdan las cosas es tenerlas pegadas al cuerpo.


¿Alguien tiene una idea mejor?

miércoles, 17 de octubre de 2007

El resto es silencio

Yo que me mato pensando y quejándome y de vez en cuando escribiendo, y resulta que estos chicos de la PUCP ya lo han dicho casi todo, y encima son divertidos:



Mírenlo, no tiene desperdicio.

¿Por qué el tráfico siempre es utilizado para ilustrar todas nuestra miserias nacionales?

sábado, 13 de octubre de 2007

Gente que circula por ahí (2): el conductor fosforito


En la vida diaria puede ser un tipo de lo más afable y buena gente, pero basta que se suba al auto para que aflore la paranoia que lleva dentro. El hombre cree que todos los choferes del mundo salen a la pista para fastidiarlo: el taxi que le pone las luces altas, la señora que mete el morro de su 4x4 sin mirar a los lados, la coaster que tiene adelante y le lanza una feroz bocanada de monóxido. A fin de cuentas, es un hombre solo contra el universo automotriz, y en esa condición es que ha desarrollado un sinnúmero de estrategias defensivas. Que, en realidad, más parecen estrategias agresivas.

El primer especímen de este tipo que conocí fue mi padre, que había perfeccionado la técnica para lanzar violentos escupitajos al conductor enemigo de turno. Sin quitar las manos del timón sacaba el cuello por la ventanilla y descargaba. Si el adversario tenía la desventura de tener las lunas abajo, los efectos podían ser desastrosos. Luego fui descubriendo otros que me llevaron a la conclusión de que la paranoia automotriz bien puede ser una pandemia. Yo mismo, cuando tenía carro, me he visto tentado a lanzar un salivazo varias veces, y en todas me ha detenido la conciencia de mi pésima puntería y el consecuente terror al ridículo (pocas cosas deben ser más vergonzozas que lanzar un pollo y que este aterrice sobre tu propia carrocería). Pero no todos se contentan con mi agresividad pasiva que se limita a insultar en voz baja y renegar para adentro. He visto broncas entre taxistas, me han hablado de sujetos normalmente buena gente que son capaces de bajarse del carro para meterme un puñete a un conductor de combi y de otros, no tan buena gente, que sacan del carro palos, fierros o hasta bates de beísbol.Hace poco vi a uno que cerró a una 4x4 (ignoro que le habrá hecho) y se puso frente a ella para impedirle el paso. Nada le importó que su mujeres le gritara (le rogara) que ya no joda y se regrese al carro antes de que lo atropellen y le dejen la marca del mataperros.

Son esas situaciones extremas, cuando un fosforito se junta con otro, son las que de verdad tiemplan los nervios. Dentro del carro, cualquiera es valiente, fuera de él es que se ve la diferencia entre la paja y el trigo. La mayor parte de veces el buen juicio aconseja poner primera y arrancar (el conductor de la 4x4 huyó haciendo off-road por el parque Mora). Hace poco estuve involucrado en una situación parecida, felizmente como pasajero. Mi buen amigo conductor sufre de paranoia automotriz y ha perfeccionado una serie de gestos con las manos para descargar su cólera. Agita el brazo izquierdo como un ala y, cuando tiene al enemigo al lado, le muestra el dedo medio con energía. Pero la mejor pieza de su repertorio se exhibe cuando detecta a un conductor apurado. Se coloca delante de él y lo frena metódicamente hasta llevarlo a la desesperación.

Una noche de sábado se cruzó con un loco más loco que él. Lo persiguió y logró cerrarlo en plena avenida Angamos, justo frente a Chicago Chico. Cuando se bajó del carro y lo vi más borracho y drogado de lo que esperaba, temí lo peor. Felizmente también había mujeres en el carro y mi amigo no está tan rayado. Salió volando y se metió contra el tráfico.

Si se bajaba, fácil nos asaltaban a todos.

lunes, 8 de octubre de 2007

La caída de un mito

Estaba pensando qué escribir y, felizmente (porque no se me ocurre todavía bien qué) apareció en mi pantalla este texto de Juan Pablo Meneses, que demuestra que, contra lo que los peruanos solemos pensar, no todo lo argentino es mejor.

Si después de Christian Suárez todavía me quedaban dudas (¿no será acaso un peruano alienado como tantos otros?), ahora ya no me queda ninguna. Sus taxis son tan malos como los nuestros.

Seguiré pensando. Mientras tanto, pueden pasarse al otro blog, que la verdad no tiene desperdicio.

Me lo merezco.