lunes, 24 de diciembre de 2007

El tráfico navideño

NADA MÁS ADORABLE que la Navidad y nada más detestable que el ambiente navideño: los villancicos, comer panetón y tomar chocolate con este calor tan pegajoso, los taxistas usureros que te quieren cobrar 20 soles por sacarte del centro.

Nada más odioso que el miedo de salir a la calle a sabiendas de que los ladrones ambicionan tu gratificación, y encima ver la cara de satisfacción de la gente que sale de Hiraoka cargando enormes cajas de televisores mientras uno camina hacia el paradero del micro masticando la derrota, apenas consolado con la esperanza de un pandero que nunca terminará.

Pero lo más detestable de todo el es tráfico navideño, esas colas interminables de carros que atiborran incluso las calles más desoladas y que avanzan a paso de procesión. Los taxis se agolpan en triple fila frente a la puerta de cualquier tienda y la señoras conducen mientras hablan con celular y miran con atención todos esparates que se encuentren por el camino. Súmele a eso una la acostumbrada proliferación de conductores con demasiados piscos sours encima -esos que salen de los almuerzos navideños que suelen organizar los trabajos- y la combinación pasa de ser estresante a francamente peligrosa.

Por eso yo, que adoro la Navidad pero detesto el espíritu navideño, daría cualquier cosa por pasarla encerrado en mi casa, aunque eso me obligue a consumir cantidades industriales de pavo, chocolate y panetón. Igual, ya me hice la idea de que eso es sencillamente imposible.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Motivos para preocuparse


A VECES (generalmente cuando estoy aburrido en el taxi o en el micro) me pongo a pensar en las ventajas de no tener carro. Por ejemplo, no tener que preocuparse en dónde estacionar, en que te roben los faros y los espejos, en tener el SOAT al día, en el cambio de aceite y otra larga infinidad de cosas.

Por ejemplo, no tener que preocuparte en que un buen día de esos en que todo parece salir mal termine con un pedazo de árbol cayendo encima de tu carro. Como le paso a mi amiga la Negra con su viejo y querido carro, la siempre servicial señora Blanquita.
Es la primera vez que veo que un árbol se choca con un carro, y no al revés:


Por si acaso, la señora Blanquita es el de derecha que casi no se puede ver. Fuerza, amiga.
(y gracias G., por la fotografía)