lunes, 3 de septiembre de 2007

Justicia poética


EL POBRE INGENUO que se ofreció a llevarme de Miraflores al cercado por ocho soles (yo hubiera pagado tranquilamente diez) creyó que tenía todo bajo control. La vía expresa está cerrada, pero él no se quejó como el común de los taxistas limeños. Subió por Petit Thouars, hizo un par de hábiles cortes, dobló a la derecha en una esquina donde estaba supuestamente prohibido y de pronto parecía que estaba cerca de mi destino. Faltaban pocas cuadras cuando soltó la primera lisurota. No contaba con la astucia del alcalde que, no contento con cerrar el zanjón, se ha propuesto al mismo tiempo llenar de adoquines las veredas del centro histórico.

Tampoco contaba con que ese domingo se le había ocurrido a alguien autorizar un pasacalle por todo Emancipación. Masticó dos carajos y intentó un plan B, pero se encontró con otro cartel que lo hizo desviarse más. "Use rutas alternas", decía, sin precisar cuáles. El astuto taxista no se rindió y emprendió el plan C, pero allí se encontró con otro cartel más cachoso. "Gracias por dejarnos trabajar", decía el maldito. No se aguantó más y mentó la madre al cielo. Se disculpó inmediatamente; ahora que lo pienso, debía tener poco tiempo en el oficio. El suyo era uno de esos taxis sin pintar, no tenía tanque de gas natural ni la intimidante jaula protectora de los taxis a tiempo completo. Este era un taxi amateur desbordado por las circunstancias. Los viejos zorros de la ruta, los tigres de la puerta libre, no se ruborizan por soltar una lisura, por meterse el dedo a la oreja o por tener esos espejos retrovisores enormes que solo sirven para ver bien a la pasajera piernona de turno. Alguna vez me tocó uno que se quedó sin gasolina en la ruta y ni siquiera pidió disculpas antes de bajarse, sacar una botella de gaseosa en la que tenía un poco de combustible y rellenar ahí mismo su vehículo. Y claro que me han tocado al menos un par que se pusieron a discutir y meterle el carro a otros conductores.

Este pobre ingenuo, lector de Perú.21 y no de Trome, era de otro estilo. O quizá, más que seguro, le faltaban años de oficio. Capaz era un joven profesional que guardaba la ilusión de que el taxi era algo transitorio. O un raro idealista del transporte público. Casi con lágrimas en los ojos (los dos) finalmente encontramos la ruta alterna de marras después de retroceder casi una docena de cuadras. No se atrevió a pedirme un sol extra en la tarifa, como hacen otros cuando los haces avanzar dos cuadras más allá de la referencia que les habías dado. Yo tampoco supe como ofrecerle esa compensación que por una vez me pareció justa. En medio de un silencio incómodo llegamos a mi destino. Me bajé y cuando di un ultimo vistazo al asiento (un consejo de mi vieja luego de cuatro celulares perdidos), descubrí que una moneda de cinco soles se me había escurrido del bolsillo. El carro ya estaba avanzando y no me dio tiempo de detenerlo.

Ahora pienso que si existe la justicia poética, debe ser algo parecido.

4 comentarios:

darling dijo...

Con tal que los 5 soles se los haya encontrado el taxista y no otro pasajero...

Q feo, malogré la poesía de tu justicia. Hoy ando de malas no me des bola.

Luis Iparraguirre dijo...

Well, son cinco soles! Yo lloraría. Saludos Jaime tu blog está muy cague de risa, como te lo dije. Espero que hables (escribas) más de los taxis y combis y todo lo q uno sufre cuando no tienes carro. Suerte, mi buen amigo.

Anónimo dijo...

Disfruto -es un decir - con tus ocurrencias de pasajero. Las sufro a diario. No te lo comuniqué a tiempo pero te mencioné el Día del Blog.

Imberbe_Muchacho dijo...

al final te salia 13 lucas, ya muy caro tambien ha 10 estaba bien pagado