domingo, 30 de septiembre de 2007

Gente que circula por ahí (1): el taxista docente



ESTE SUJETO NO TRABAJA solo por dinero; el hombre tiene un mensaje, quiere transmitirlo y ha descubierto las ventajas de tener un auditorio cautivo: su pobre pasajero. La niña bonita e inteligente ha salido de su casa bien temprano sin saber que está a punto de cruzarse en la esquina de su casa con uno de estos especímenes. Encima, ha dejado el ipod en casa, así que no cuenta con ese par de audífonos que en situaciones así suele ser salvador. Detiene el carro y pide que la lleven a una prestigiosa universidad de Lima, pero antes quiere hacer una escala en el Starbucks más cercano, donde comprará su reglamentario latté alto con leche descremada, edulcorante y doble shot de café. El taxista docente espera a poner tercera para iniciar su rollo. Como buen vendedor, empieza con una pregunta:

—Señorita, ¿usted va a estudiar?
—Sí.
—Qué bueno encontrarse con jóvenes que estudian. Siga así, señorita. ¡El que estudia triunfa!

Llegado este momento, pienso que lo mejor es hacerse el distraído. Pero la niña linda e inteligente también es una polemista nata y no quiere desperdiciar la ocasión. Aunque luego se arrepienta.

—Eso no es cierto —le replica—. No siempre el que estudia triunfa. Para triunfar, es mejor poner un negocio
—¡Qué cosas dice, señorita! Cómo va a decir eso.
—Es cierto, señor. Yo conozco un profesor de la Universidad Católica que les decía a sus alumnos "si fuera cierto que el que estudia triunfa, yo a estas alturas sería millonario. Mejor pongan un negocio".
—Pero señorita, el estudio es tan bueno, le da a uno tanto panorama. Si uno no estudia, después termina de taxista.

Felizmente no hay mucho tráfico y el auto llega al café. La niña bonita y dialéctica baja, pide su latté alto, con edulcorante, pero sin doble shot de café. Un dependiente de la tienda le dijo que la fórmula original ya tenía suficiente. Vuelve a subir al carro. Está con la hora.

—Señorita, ¿eso es todo lo que va a tomar?—le pregunta el taxista docente.
—Así es. Este es mi desayuno, señor.
—Cómo va a ser eso, señorita. Usted estudia, ¡necesita alimentarse mejor!
—Esto es todo lo que necesito, además tiene leche.
—No puede ser, señorita. Usted tiene que alimentarse mejor. Usted estudia, si no come bien, no va a poder aprovechar sus clases. No va a tener energías.
—Créame que me alimento bien, pero por la mañana solo tomo mi café.
—El cuerpo es como un auto —se pone metafórico el hombre—. Si uno no le pone suficiente gasolina, luego se queda parado. ¡Y cuando uno pisa el acelerador, ya no responde!

Lo que sigue es un incómodo silencio. Felizmente, la universidad está cerca. El taxista docente cobra y siente que, además, ha hecho su buena acción del día.

Luego, sale en busca de su próximo discípulo.

(Bonus track: la web del Hermano Pablo)

sábado, 15 de septiembre de 2007

El auto como miembro viril



MCLUHAN AFIRMA que el auto es una extensión del pie y el vestido; algunas mujeres van más lejos y aseguran que en realidad es una extensión del pene. La última vez que escuche esto fue hace poco. En el cumpleaños de un amigo, una chica hizo un comentario cuando escuchó que me gustaría comprarme una camioneta. Fue algo así como “carro grande, poco de lo otro”. No sé, creo que quiso ofenderme.

Me quedé pensando largo tiempo en el asunto. No puede ser casual que carros y mujeres sea una combinación casi sobreentendida en la publicidad, las películas, las carreras de autos y cuanto motor show se haga en el mundo ¿Realmente habrá correlación entre las dimensiones genitales y las automovilísticas? ¿Cuánto calzará un chofer de Tico? ¿Y el afortunado propietario de una Hummer, será realmente tan afortunado? Nunca me quedó claro de esta teoría si la relación entre ambas cosas es directa o inversa. Si un carro aparatoso equivale a un miembro ídem, o al revés, si la aparente modestia de un compacto oculta un tesoro oculto e inesperado. Igual hay cosas que no me cierran de este razonamiento: ¿Dónde quedan los deportivos, que son más bien pequeños? ¿Puede aplicarse también a las mujeres? ¿Por qué, por ejemplo, hay tantas mujeres a las que les encanta andar por la ciudad en camionetas 4x4?

Siempre pensé que el auto era extensión de otro miembro viril tan o más importante (la billetera), pero ahora no estoy tan seguro. ¿Debería sentirme un poco eunuco ahora que no tengo carro? Tal vez sí. En términos urbanos, desde luego. No sé que piensen ustedes.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Un sentimiento colectivo

DERIVACIÓN PRÁCTICA de un chiste racista de pésimo gusto (*), el colectivo nació bajo la misma premisa de la combi: acomodar a la mayor cantidad de peruanos en el espacio más reducido posible. Sus inicios quizá hayan llegado a enternecer a más de un nostálgico: en eso fue en lo que terminaron cientos de esos viejos autos estadounidenses de cuando la gasolina era barata y espacio, ancho y ajeno. Claro que pronto los viejos y queridos lanchones, auténticos callejones bajopontinos con ruedas por los asaltos que en ellos se han escenificado, fueron reemplazados por la modernidad de la station wagon japonesa, que permitía una gran cosa: acomodar pasajeros en la maletera.

Todo era felicidad hasta que la autoridad, esa aguafiestas, metió su cucharón y defendió por una vez ese mínimo derecho humano: una persona, un asiento. Desde ese día el colectivo se siente un incomprendido. No es ni taxi ni combi y en ese limbo que la autoridad no reconoce porque no sabe cómo clasificar se gana la vida todos los días. Se disfraza de taxi, esconde discretamente el cartel que delata su naturaleza y acecha en los paraderos para afanarle pasajeros a los micros. Sabe que vive en continua persecución, que las autoridades piensan cada día en la forma de eliminarlo, que nunca será distinguido con el honor de un paradero en alguna esquina del centro.
Quizás por eso, porque vive a salto de mata y es un paria del transporte público, es que el colectivo acelera como un salvaje cada vez que ve un poquito de recta libre, aunque por eso se entienda a los cinco metritos que te puede dejar la vía expresa a las nueve de la mañana. El chofer de colectivo esquiva carros con destreza de eximio jugador de playstation porque siente que el Setame lo persigue todo el tiempo para desenmascararlo, para mandarlo al depósito o, peor todavía, a la revisión técnica. Tiene el SOAT siempre vencido y al patrullero soplandole la oreja. Por eso el colectivo es la opción de los eternos apurados, los que siempre se levantan tarde para ir al trabajo, como yo, y esperan que un inspirado meteoro los saque del problema esta vez. Aunque tampoco es recomendable tomarlo todos los días, porque subirse a un colectivo es casi como jugar a la ruleta rusa.
(*) Este es un blog políticamente correcto, así que no se da publicidad a chistes racistas

lunes, 3 de septiembre de 2007

Justicia poética


EL POBRE INGENUO que se ofreció a llevarme de Miraflores al cercado por ocho soles (yo hubiera pagado tranquilamente diez) creyó que tenía todo bajo control. La vía expresa está cerrada, pero él no se quejó como el común de los taxistas limeños. Subió por Petit Thouars, hizo un par de hábiles cortes, dobló a la derecha en una esquina donde estaba supuestamente prohibido y de pronto parecía que estaba cerca de mi destino. Faltaban pocas cuadras cuando soltó la primera lisurota. No contaba con la astucia del alcalde que, no contento con cerrar el zanjón, se ha propuesto al mismo tiempo llenar de adoquines las veredas del centro histórico.

Tampoco contaba con que ese domingo se le había ocurrido a alguien autorizar un pasacalle por todo Emancipación. Masticó dos carajos y intentó un plan B, pero se encontró con otro cartel que lo hizo desviarse más. "Use rutas alternas", decía, sin precisar cuáles. El astuto taxista no se rindió y emprendió el plan C, pero allí se encontró con otro cartel más cachoso. "Gracias por dejarnos trabajar", decía el maldito. No se aguantó más y mentó la madre al cielo. Se disculpó inmediatamente; ahora que lo pienso, debía tener poco tiempo en el oficio. El suyo era uno de esos taxis sin pintar, no tenía tanque de gas natural ni la intimidante jaula protectora de los taxis a tiempo completo. Este era un taxi amateur desbordado por las circunstancias. Los viejos zorros de la ruta, los tigres de la puerta libre, no se ruborizan por soltar una lisura, por meterse el dedo a la oreja o por tener esos espejos retrovisores enormes que solo sirven para ver bien a la pasajera piernona de turno. Alguna vez me tocó uno que se quedó sin gasolina en la ruta y ni siquiera pidió disculpas antes de bajarse, sacar una botella de gaseosa en la que tenía un poco de combustible y rellenar ahí mismo su vehículo. Y claro que me han tocado al menos un par que se pusieron a discutir y meterle el carro a otros conductores.

Este pobre ingenuo, lector de Perú.21 y no de Trome, era de otro estilo. O quizá, más que seguro, le faltaban años de oficio. Capaz era un joven profesional que guardaba la ilusión de que el taxi era algo transitorio. O un raro idealista del transporte público. Casi con lágrimas en los ojos (los dos) finalmente encontramos la ruta alterna de marras después de retroceder casi una docena de cuadras. No se atrevió a pedirme un sol extra en la tarifa, como hacen otros cuando los haces avanzar dos cuadras más allá de la referencia que les habías dado. Yo tampoco supe como ofrecerle esa compensación que por una vez me pareció justa. En medio de un silencio incómodo llegamos a mi destino. Me bajé y cuando di un ultimo vistazo al asiento (un consejo de mi vieja luego de cuatro celulares perdidos), descubrí que una moneda de cinco soles se me había escurrido del bolsillo. El carro ya estaba avanzando y no me dio tiempo de detenerlo.

Ahora pienso que si existe la justicia poética, debe ser algo parecido.

domingo, 2 de septiembre de 2007

¿Alguien puede explicarme esto?


¿Puede ser esto verdad? ¿O es acaso que los robacarros peruanos son una sarta de ingenuos?

Alguien explíqueme por favor...